lunes, 6 de octubre de 2008

El jardín perfecto de los senderos que se bifurcan.


Las transformaciones físicas, determinan transformaciones en el pensamiento


Salí de la calle de prisa, constantemente volteaba atrás para asegurarme que no me siguiera; la oscuridad de la calle desierta engrandecía la dicotomía del miedo y valor que me daban mis pasos firmes y mi braceo. Estaba en la parada del camión pero decidí tomar el metro para apresurar la llegada y despistar la huída.


El metro llenaba de hedor las arrugas de angustia que recorrían mis sentidos. El líder estaría ahí y tenía que llegar a mostrarle las evidencias del despojo que sufrieron los confinados unos días antes. Por qué a mí, de entre tanta gente, entre tanto espacio, por qué a mí me pasaba esto, tener que decirle la verdad al ser que puede transformar el destino del país y la mente de toda la región. Sabía bien que intentarían impedirlo, que robarían e incluso delinquirían para evitarlo, y yo, sólo yo con esa encomienda. Me gustaría que vinieras a mi lado mientras camino estructurando el discurso que daré.


Entré por la puerta trasera y me escondí entre los anhelantes, los que día a día esperaban entrar por esa puerta y entender los elementos de la naturaleza y transformarla. Me escondí entre ellos y despisté mi llegada hasta lo alto de la torre donde se encontraba él.


Tomé las simétricas escaleras y los vi bajando, los escondrijos debajo de cada escalera me sirvieron para esconderme y escuchar un poco lo que farfullaban en cada escalón. Por un momento se detuvieron un grupo de confinados y hablaron de ella, le habían encomendado detenerme y no lo había logrado. Estaban alertas y habían puesto personas a vigilar las entradas, el que me viera tenía instrucciones de llevarme con aquél y detenerme para no poder decir la verdad, esto lo harían antes del evento de inauguración, después sería demasiado tarde.


Me quedé en espera por unos minutos hasta que se marcharan, recordaba las palabras que resonaron en el congreso y las definiciones que cada cual daban de la instrucción, ninguno conoce mi laberinto, nadie ha visto las entrañas de la construcción, cada uno hemos contribuido a formarla y a deformarla. Últimamente las decisiones que se han tomado han contribuido en maquillarla y dejarla bella pero hueca, como chica de plástico o las miss que caminan en tacones y traje de baño; así estaba ella, bonita cada vez más bella pero le acercabas el micrófono y repetía el discurso aprendido de memoria horas antes.


Volteé la cabeza, la escalera estaba sola, despejada del ala norte, alcanzaba a ver el ventanal amplio y transparente del presidente. Subí lentamente, lo más sigilosa que pude, entonces escuche unos pasos, cada vez se acercaban más y más aprisa, me habían descubierto, seguramente venían por mí. Corrí hacía los jardines, pretendía esconderme y no pude, la estrechez de las palmas dejaba ver la intención de marcharme. Entré al centro del jardín y viéndome rodeada por los confines me adentré al laberinto perdiéndome cada vez más en la sandez de las palabras que envolvían mi cuerpo. No podía ser posible con tan sólo cuatro años y tenía que morir, siendo sólo una niña descubierta entre los elementos más perversos del ser humano. No pude llegar, me agaché en el centro del laberinto, en medio de la simetría de sus jardines mientras mi cuerpo se deshidrataba, moriré sola e ignorante.

Ileana Cepeda

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