lunes, 30 de junio de 2008

PARADOJA DE LOS POETAS

Por Guillermo Berrones
En esta ciudad donde mucho se ha dicho que hay más poetas que depósitos de cerveza, les pido a los lectores me ayuden a definir qué es la poesía, qué hace al poeta, que mi cada vez más decadente fisiología cerebral me impide entender. La semana pasada viví esta paradoja que me obliga, litúrgicamente hablando, a guardar silencio y a reconocer que no sé leer ni escribir:
El lunes 23 de junio acudí a un evento al que me invitara el poeta Margarito Cuéllar. En la Casa de la Cultura de Monterrey se presentó El país de las tinieblas, una sobria edición de Ediciones de Medianoche que involucra a varias instituciones culturales de Zacatecas, donde el poeta ecuatoriano Iván Oñate (1948) entrega a los lectores y a la poesía su más reciente encuentro con la palabra y la imagen poética atrapada entre los hilos sedosos de su creatividad. La rabia enunciativa, la poética desgarrada, la trágica vivencia de Zacarías Jiménez; y la exquisita madurez de una voz templada en la fragua del verso, que a Cuéllar caracteriza, desentrañaron al alimón la esencia del poeta que ha sido traducido al francés, inglés, italiano, alemán, portugués y griego. Solo unos cuantos (veinte a lo mucho) disfrutamos la velada, íntima, intensa, verdaderamente poética. Y Oñate fue amable y complaciente, abierto, distante de la soberbia. Leyó una muestra estremecedora de su obra y recalcó: “la poesía no es un asunto de oficio (como la narrativa), es la imagen y la palabra que se le revelan al autor…” Luego un par de tintos relajaron la noche para concluir en Gargantúas con un maratón de lectores al que se integró Iván en un banquete platónico que acabó de madrugada en esta ciudad atestada de poetas (y ahora también de sicarios). Una muestra de este poemario que pronto reeditará la UANL:

XXI
En algún lugar
lejos del mundo
pero muy cerca de tu corazón,
se abisma el país de las tinieblas.

Entre agrestes montañas
como destinos arrugados por la mano de Dios

Habitan
seres ineptos
tanto para el cielo
como para el infierno.

Es el limbo,
el reino de la mediocridad.

La patria del silencio.

El viernes 27 de junio acudí accidentalmente a un evento. En el Museo de Historia Mexicana se presentó Placidez del aire, una soberbria edición de autor donde el “poeta” Alfonso Ramírez Reyes entrega a los lectores y a la poesía su más reciente obra, después de publicar polémicos textos pedagógicos. La sobria discreción del novelista Felipe Montes y la jocosa retórica de mi apreciado maestro, Cesáreo Garma, enmarcaron esta suntuosa presentación. El recinto estaba a reventar y había representantes del SNTE, del STENSE, de las Normales y de la Secretaría de Educación. También muchos profes, estatales y transferidos, y uno que otro despistado. Un público generoso, solemne y formal de aplausos intensos. Voces sonoras dramatizaron algunos “poemas” y el “poeta” Alfonso Ramírez Reyes sentenció enfático: “Este poemario deja de ser mío, es de ustedes y es para de-gus-tar-se…” Luego nos retiramos a casa. La ciudad ha ganado un “poeta” más (y también otro depósito en San Rafael). No puede ofrecerse una muestra del poemario porque en la hoja de créditos hay una leyenda que reza: “…Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida o transmitida, mediante ningún sistema o método electrónico o mecánico (incluyendo el fotocopiado, la grabación o cualquier sistema de recuperación y almacenamiento de información), sin consentimiento por escrito del editor y el autor.” Mis respetos, pues.

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