martes, 26 de febrero de 2008

Entiendo que nadie es imprescindible para la subsistencia de los demás; sin embargo, cuando los tiempos se pintan duros, cuando los lazos se fortalecen entre los actores de la maraña vida que nos acompaña, cuando se tiene la certeza de saber en qué se pisa y a quién, al mismo tiempo que sabes quién te pisa, cuándo y cómo, nada parece tener el precio suficiente para soportar la serie de señalamientos que se hacen a la distancia por unos cuantos que no saben exactamente qué es lo que pisan ni a quién.

Seguimos de pie en este espacio que permite decir mientras la cola sea corta, y a veces nos preguntamos qué diablos hacemos para cambiar lo que tenemos entre las manos. Venimos, cumplimos nuestros horarios, casi siempre damos feria de más en beneficio de nuestros alumnos –acto que muchos ven mal en estos pasillos-, nos disponemos diariamente a no rajarnos por este día porque casi nadie toma en cuenta los esfuerzos: los alumnos se quejan del trabajo, quienes los cuidan hacen llamados de atención porque hay que cuidarlos, quienes administran se dejan llevar por los chismes acumulados, quienes defienden al trabajador se ausentan a su conveniencia, y nos siguen jodiendo por todas partes.

Piden que te entregues sin preguntar, piden que seas buen maestro, que seas leal al foro de los besa culos, que te agaches cada vez que saludes a los enanos que se creen gigantes, que te rasgues las vestiduras cuando se tache a tu centro de trabajo como un recuerdo lejano de lo que fue y no es, piden que seas uno sin recibir nada a cambio salvo tu salario devengado, apenas suficiente para pagar el transporte que te trae hasta aquí; dicen entender el placer de estar en las aulas, aunque hayan pasado años sin pisar una a menos que sea para presumir lo que hay o reclamar lo que falta, hablan de servicio mientras se sirven, hablan de atender mientras te tienden.

Hoy entiendo a Rogelio Reyes que decidió alejarse de este marasmo de chingadera que nos traga cada día, con su eterna justificación de que está más allá del bien o del mal; pero no comparto, y me desconcierta, la decisión de mi amigo que abandona el barco cuando el viento está en calma ¿será para aprovechar las aguas mansas? ¿qué no se da cuenta que siguen turbias? ¿acaso existe una isla que no cobra la estancia?

Muchas veces, cuando el día termina y llego a casa agotado de este ritmo que me exijo, mi conciencia me pide que también deje el barco, que busque otra forma de sobrevivir, que deje de cuidar lo que pocos cuidan. Juro que he estado tentado a seguir su consejo, que muchas veces no le veo sentido a lo que hago, que seguido me cuestiono si vale la pena seguir aquí… Mi respuesta ha sido cada vez la misma: “Sí, si vale la pena”.

Me gusta mi trabajo, sobre todo en la Normal que es mi apuesta, la presión que sufro es la misma que la de mis compañeros, la marginación no existe porque la ignoro y porque aquí tengo grandes amigos a quienes quiero y respeto mucho y en quienes me apoyo, sin decirlo, cuando lo necesito, mi trabajo es con mis alumnos, aquellos con quienes comparto lo poco que sé y de quienes he aprendido grandes cosas, mi trabajo es formar formadores, mi trabajo es preparar a los futuros maestros de mis hijas, sobrinos y otros tantos que no conozco; eso es lo que hace que valga la pena seguir, eso es lo que me mueve y divierte, el reto que me he fijado, la carga que estoy dispuesto a cargar hasta que ya no pueda más, y todo porque siento la frase que forjó San güelito: “En la nobleza de la Juventud y en la vocación del maestro…” yo también confío.

Decir, hablar, gritar, susurrar, rumiar, observar, mirar, callar, volver a decir, es lo que tengo qué hacer para seguir. Si te vas amigo, adelante; tus motivos debes tener, pero no vayas a decir que en este círculo vicioso y asfixiante no haces falta… los que queremos continuar seguiremos adelante, (esperando el próximo concurso) y si hace falta tu voz exigiremos que la alces con nosotros.

2 comentarios:

Ileana dijo...

Escuchaba tu voz mientras te leía: fuerte, firme, con coraje y valentía.
Bien amigo así se habla...

Enrique dijo...

Oscar: A las palabras hay que dejarlas madurar, aunque después se vuelvan viejas y en apariencia caídas en el olvido. Por eso esta nota tal lejana. Me gustó el texto dese el primer momento y me prometi que si resisitia un poco la codicia del tiempo te lo haría saber. Hoy en un dia de junio volvi sobre tus palbras y las encuentro vivas, flotando (¿o levitando?)por encima de los instrascendente, asi que no tengo más remedio que volver a pensarlo y ahora decirlo: Me gusto tu texto.

Tu compa Enrique.
Aunque eso de compa rompa de alguna manera el protoclo literario.